27 abril, 2013

No me gustan las cursilerias

Estaban ambos tirados en el césped, de cara al cielo estrellado. Sus dedos se unían, entrelazándose con amor. Habían salidos dos meses, quizás tres, y él sentía un amor exuberante por ella. Ella, en cambio, sentía un amor lógico y racional, por que era la única forma en la que sabía amar.

- Te amo hasta las estrellas -dijo él de pronto, dejándose llevar por la vista.
- El amor no es algo que se mida en años luz y mucho menos, en todo caso se mediría en cantidad, no en distancia. Y dos magnitudes distintas no pueden sumarse ni restarse, ni dividirse o multiplicarse -respondió ella.
- Esta bien, como quieras, pero si me lo pidieras, te bajaría una a una las estrellas, solo para ti -ronroneó en su oido, dulcemente.
- No quiero una enorme masa de energía de distintas clases que quemaría la atmósfera y nos mataría a todos -dijo ella- Prefiero un helado
Él suspiró largamente y la abrazó. Le dio un beso en los labios, ni muy lento ni muy rápido.
- Tus labios son tan dulces -dijo él, como un suspiro.
- No pueden saber dulce, ya que la piel no contiene la glucosa necesaria para que sepa dulce; si, en cambio, las sales minerales para que sepa salado. Aún así, los labios no tienen papilas gustativas, por lo que no podrías haber sentido el sabor de mis labios solo con un beso -ella comentó con monotonía, como si estuviera aburrida.

Él se sentó en silencio y la miró desde arriba. Trató de comprender lo que pasaba por la mente de su amada pero solamente concluyó en que era imposible saber en que pensaba.
Ella también se levantó y pasó sus brazos por los hombros de su novio. De pronto se abalanzó sobre él, quedando sus rostros a escasa distancia. Antes de besarlo apasionadamente le dijo:
- Me gustan tus besos, más que cualquier cosa. Pero no me gustan las cursilerias -


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