24 abril, 2013

Historia triste

Un lluvia fina caía mojando el piso, salpicando las ventanas, haciendo charquitos en las baldosas rotas. Amaba la lluvia cuando era pequeña, porque me mojaba y me hacía cosquillas. Pero ya no, porque la lluvia me hace recordar ese frío día de invierno cuando estaba afuera de la casa funeraria donde velaban a mi mamá. Tenía 19 en aquel tiempo. Rebelde, haciéndome creer que podía contra el mundo yo sola, cuando lo único que quería era un cálido abrazo de mi mami. Pero mi madre murió un 30 de agosto, en día de Santa Rosa. Nunca creí en Dios ni en los santos, pero quería suponer que estaba en un lugar mejor. Nunca conocí a mi padre, un viejo verde que embarazó a mi mamá, la llenó de ilusiones y de la nada desapareció. Mamá me crió sola, ella y yo en la gran ciudad. Trabajaba y me ayudaba con los deberes, esos son mis dos recuerdos de ella de mi infancia. Algunas pocas peleas, casi ninguna.Tantas lágrimas, y hambre. No fue una infancia normal, porque a veces nos embargaban la casa y dormíamos en un hotel barato o en la casa de algún amigo de mamá.
 Ahora ella estaba en un cajón rumbo al cementerio y yo estaba sola. A una edad en la que creía que me las sabía todas, cuando en realidad no sabía nada. Fueron días horribles, en una casa solitaria y vacía, sin vida en absoluto. Yo por dentro estaba igual. No podía distinguir los días de las noches, ni mucho menos levantarme para hacer algo. No salía de casa, y apenas me levantaba de la cama cuando la necesidad de ir al baño me llamaba. Empecé a perder peso, estaba escuálida y sucia, pálida como la nieve. Me encontró un día el encargado del edificio, que se preocupó al ver que mi correo se amontonaba en la mesa de entrada. Era un chico joven y apuesto, en otro tiempo me habría gustado, pero ahora estaba tan derruida que no concebía que hubiera algo de amor en mi.

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