A la noche
tu cuerpo oscuro se recorta
en la penumbra de mi habitación.
Mis ojos no te conocen.
No sos más que una sombra extraña
que se extiende negra a mi lado
llenando la soledad nocturna.
Pero mis manos te ven.
Sienten
la calidez de tu pulso
en el vaivén de tu sangre aletargada.
Adivinan las formas suaves
de tu cintura, de tu pecho, de tus
brazos.
Reconocen la suavidad
de tus yemas oscuras
entretejidas entre mis dedos somnolientos.
Te veo con claridad
en el olor de tu pelo limpio
que me cosquillea la memoria.
En el sabor de tus labios rotos
que me contestan los besos a tientas.
En el sonido de tu corazón
que palpita en el abrazo de mi pecho.
Mis ojos no te ven,
pero mi alma te conoce.
Y vibra de amor cuando tu mano
invisible en la negrura
que nos cobija
roza mi piel, acariciándola.
En ese mimo
que me dice
que tu alma entre dormida reconoce
mi cuerpo oscuro en la
penumbra de la noche.