27 abril, 2013

No me gustan las cursilerias

Estaban ambos tirados en el césped, de cara al cielo estrellado. Sus dedos se unían, entrelazándose con amor. Habían salidos dos meses, quizás tres, y él sentía un amor exuberante por ella. Ella, en cambio, sentía un amor lógico y racional, por que era la única forma en la que sabía amar.

- Te amo hasta las estrellas -dijo él de pronto, dejándose llevar por la vista.
- El amor no es algo que se mida en años luz y mucho menos, en todo caso se mediría en cantidad, no en distancia. Y dos magnitudes distintas no pueden sumarse ni restarse, ni dividirse o multiplicarse -respondió ella.
- Esta bien, como quieras, pero si me lo pidieras, te bajaría una a una las estrellas, solo para ti -ronroneó en su oido, dulcemente.
- No quiero una enorme masa de energía de distintas clases que quemaría la atmósfera y nos mataría a todos -dijo ella- Prefiero un helado
Él suspiró largamente y la abrazó. Le dio un beso en los labios, ni muy lento ni muy rápido.
- Tus labios son tan dulces -dijo él, como un suspiro.
- No pueden saber dulce, ya que la piel no contiene la glucosa necesaria para que sepa dulce; si, en cambio, las sales minerales para que sepa salado. Aún así, los labios no tienen papilas gustativas, por lo que no podrías haber sentido el sabor de mis labios solo con un beso -ella comentó con monotonía, como si estuviera aburrida.

Él se sentó en silencio y la miró desde arriba. Trató de comprender lo que pasaba por la mente de su amada pero solamente concluyó en que era imposible saber en que pensaba.
Ella también se levantó y pasó sus brazos por los hombros de su novio. De pronto se abalanzó sobre él, quedando sus rostros a escasa distancia. Antes de besarlo apasionadamente le dijo:
- Me gustan tus besos, más que cualquier cosa. Pero no me gustan las cursilerias -


24 abril, 2013

Historia triste

Un lluvia fina caía mojando el piso, salpicando las ventanas, haciendo charquitos en las baldosas rotas. Amaba la lluvia cuando era pequeña, porque me mojaba y me hacía cosquillas. Pero ya no, porque la lluvia me hace recordar ese frío día de invierno cuando estaba afuera de la casa funeraria donde velaban a mi mamá. Tenía 19 en aquel tiempo. Rebelde, haciéndome creer que podía contra el mundo yo sola, cuando lo único que quería era un cálido abrazo de mi mami. Pero mi madre murió un 30 de agosto, en día de Santa Rosa. Nunca creí en Dios ni en los santos, pero quería suponer que estaba en un lugar mejor. Nunca conocí a mi padre, un viejo verde que embarazó a mi mamá, la llenó de ilusiones y de la nada desapareció. Mamá me crió sola, ella y yo en la gran ciudad. Trabajaba y me ayudaba con los deberes, esos son mis dos recuerdos de ella de mi infancia. Algunas pocas peleas, casi ninguna.Tantas lágrimas, y hambre. No fue una infancia normal, porque a veces nos embargaban la casa y dormíamos en un hotel barato o en la casa de algún amigo de mamá.
 Ahora ella estaba en un cajón rumbo al cementerio y yo estaba sola. A una edad en la que creía que me las sabía todas, cuando en realidad no sabía nada. Fueron días horribles, en una casa solitaria y vacía, sin vida en absoluto. Yo por dentro estaba igual. No podía distinguir los días de las noches, ni mucho menos levantarme para hacer algo. No salía de casa, y apenas me levantaba de la cama cuando la necesidad de ir al baño me llamaba. Empecé a perder peso, estaba escuálida y sucia, pálida como la nieve. Me encontró un día el encargado del edificio, que se preocupó al ver que mi correo se amontonaba en la mesa de entrada. Era un chico joven y apuesto, en otro tiempo me habría gustado, pero ahora estaba tan derruida que no concebía que hubiera algo de amor en mi.

20 abril, 2013

Desvaríos escolares

 Me siento, sonrío. Saludo a quien hay que saludar, al que no no. Escribo cuatro lineas y las miro con aprensión.
 ''En un lecho de rosas,
 con perfume penetrante y dulce,
 solo hay amor a mi lado,
 solo amor a mis pies''
 Me asqueo. Demasiada miel. No me gusta la miel, ni la hiel, pero si el hielo. Desvaríos, como amo esa palabra. Estoy dejando escapar mi inspiración por donde sea. Y escribo. Me gusta ponerle pausas dramáticas a la lectura. Pausas. Así como improvisaciones a veces. La profesora habla de geografía, ya se, montañas, llanuras y todo eso. Me pican las cicatrices de la pierna y no puedo rascarme. Hay una mancha en la pared con forma de milanesa y me da hambre. La tiza es larga y finita como una salchicha y me da hambre. El dibujo de un helado en una hoja me da hambre. Tengo hambre. Trato de escucharla a la profe...aham, erosión, montaña, llanura, volcán, si, ya sé...krakatoa y parangutirimicuaro. Pienso en el solo de guitarra de Grab the Devil by the Horns and Fuck Him Up the Ass y me río. Y así hasta que el tren del pensamiento me lleva hasta Sheldon Cooper :) Bazinga! Franco se ríe de mi, de Sheldon, de Bazinga! y de todo en general y eso me hace feliz. No es fanatismo ni obsesión, es adoración (?) Seh, claro. Vamos, focus, Geografía. Miro a la profe, trato de escucharla pero el papel me llama con voz fantasmagórica. ''Agustinaa'' me dice, me susurra, me insta a seguir escribiendo. Y mas locuras, mas locuras inciertamente divertidas y locas. Taradeces que no alcanzan a rozar la lógica ni aunque se pongan de puntitas. Nada. Me voy. Tocó el timbre y no pienso seguir escribiendo.

19 abril, 2013

Sabores para todos los gustos

Me gusta comparar las historias con comida. Quizás porque amo la comida y creo que es uno de los placeres más grandes de la vida; junto con la música, y dormir. Quizás con mirar las estrellas una noche serena de verano. Retomando, los textos son deliciosos. Los hay de todos los sabores. Dulces, como alguna historia sobre la felicidad de la infancia, para aquellos que tienen un paladar sencillo, sin muchas exigencias. Hay escritos amargos, esos que te dejan un ardor en la garganta, o un nudo; historias trágicas y algo emotivas, que te hacen sufrir el sufrimiento del protagonista. Hay relatos ácidos, que te hacen odiar a algún personaje porque no hace lo que quieres que haga. También los hay empalagosos, poemas cargados de amor y cursiladas que hacen que sientas la lengua pesada y que la pases repetidamente por el paladar; estos son los que menos me gustan, quizás porque es como si te metieran una cucharada de miel en la boca de sopetón y no me gusta tanto la miel. Hay historias saldas, como las lágrimas, historias de tristeza y pena, a veces de muerte o traición, poemas trágicos deprimentes y angustiosos, me gusta el sabor salado. Por último el sabor terroso y feo de las historias mal escritas, de las faltas ortográfica, la mala redacción o los errores de sinapsis. No me gustan, es como si te hicieran tragar tierra y polvo. Hay muchos sabores, tantos como tipos de textos y cada texto tiene un sabor diferente para cada persona que lo lea. Puede que un texto amargo para mi sea salado para alguien más o que algo totalmente empalagoso sea encontrado dulce por alguien más. Hay sabores en la literatura, deliciosos, disfrutables, agradables al paladar, feos, asquerosos, vomitivos, simplones, insípidos, tantos que no llego a describirlos. Y cada sabor es un mundo, hay combinaciones de sabores, que dan pie para sabores nuevos e inexplorados. Sabores y textos para todos los gustos.

08 abril, 2013

Recuerdos de un primer amor

Tomo la cuchara y me miro en el reflejo curvo. Aún no puedo acostumbrarme a mi nueva imagen, me asquea y me quita el apetito. Veo la sopa de verduras, verde y espesa. No la tolero y la alejo de mi antes de que las nauseas me aquejen. Mi madre sorbe la sopa poco a poco, como si quemara y me mira de reojo. Cuando nuestros ojos se cruzan ella vuelve la cabeza para mirar a mi hermana. Ella, tan dulce con sus trenzas doradas, sus labios color grosella y sus ojos verdes, he de admitirlo Lila es encantadora. Pero yo también lo era. Mi cabello pelirrojo, largo como una melena de fuego. Mis ojos azules, no celestes, azules como los zafiros. Pero eso fue antes de la explosión del tubo de gas de la taberna. Me levanto de la mesa en silencio y camino a mi habitación. Casi llegando me veo en el espejo del pasillo y no puedo evitar quedarme mirando. Mi pelo tronchado, de puntas ennegrecidas, quemado hasta el cuello; el lado derecho de mi cara esta vendado, cubriendo el ojo donde me saltó la astilla de metal. Los doctores dijeron que recuperaría la visión, pero por ahora solo veo negro. Mis labios cuarteados como tierra seca de verano, mi brazo vendado, con manchas rojas salpicando la tela impoluta. Fui afortunada, algunos murieron, muchos más quedaron heridos de muerte, otros postrados de por vida...otros ilesos. La vida puede ser muy injusta ¿Quién decide quien muere, quien vive? Debe haber una fuerza superior. Universo, Dios, Karma, Alá, Buda ¿No son la misma cosa? Agentes superiores modeladores del destino. El hilo rojo de los japoneses. Mi hilo murió hace tiempo, en un lugar lejano, afectado por la neumonía. Mi primer y único amor, aquel chico castaño que se robó mi corazón cuando casi no podía vivir. Solo recuerdo que hacía frío, tanto frío que no sentía los dedos. recuerdo que su sonrisa me dio calor y que se quitó la chaqueta para calmarme, aunque el quedase solo en camisa. luego nada, negro. Recuerdo el carro que lo llevó a la ciudad para salvarlo, recuerdo cuando el carro volvió sin él. Nada más, después de eso mi vida se sintió vacía. Los días eran largos, las noches más largas aún. Lo son todavía. Todo me recuerda a él, pero verme al espejo sucio no es una de ellas. Solo estamos mi cara demacrada, mi cuerpo destrozado, mi alma rota y yo, en el medio del pasillo. Una lágrima cae de mi ojo bueno y la limpio antes de darme cuenta de qué estoy haciendo. Doy un largo suspiro y me voy a dormir.