Mamá me dijo que con ellos no se
juega. Pero es que son tan divertidos. Suelen asomarse por los balcones,
tratando de que les llegue el sol. Otros se deslizan sigilosamente por los
pasillos, o se esconden debajo de las camas, o se sientan a mirar
aprehensivamente las vetas de la madera de la mesa del comedor. A la noche, si tengo
miedo, algunos me susurran sus historias al oído. Suelen ser muy tristes, pero
aun así me hacen sentir acompañada. Me gusta sentir que tengo mi propia
colección de historias, como las del abuelo. La diferencia está en que él
coleccionaba historias y anécdotas propias, y yo las pido como regalo. La gran
mayoría se arremolina en la oficina de
mamá. Ahí ella los invoca y los deja ir después de algunas preguntas.
Algunos se quedan para hacerme compañía, o porque la magia vudú no los deja
partir. Los primeros suelen charlar conmigo, los segundos son Otros. No están
ni de un lado ni del otro. Añoran pero no quieren irse si se les da la chance.
Se pasean eternamente cabizbajos. No hablan, no comparten, no les interesa nada
más que su tristeza. Los Otros son bastante aburridos. Hay días en los que mamá
se pone triste, y no sale de la cama. Se pasa el día llorando, abrazando un
peluche mío. Nunca le di permiso, pero no me molesta, porque eso le hace bien.
Otros días se las pasa investigando, leyendo, anotando hechizos, copiando
esquemas, moliendo hierbas en un mortero de madera negra, murmurando
posibilidades, garabateando cosas en su cuaderno, quemando sahumerios,
prendiendo velas de colores. Otros días se relaja. Se suelta los rulos, se pone
un vestido blanco que choca mucho con su piel negra. Se hace café, y pone música
suave, como de tambores. Antes también la ponía, decía que le hacía acordar a
su papá y a su abuelo. Mis bisabuelos vinieron de África hace muchos años. Se
escapaban de algo, o de alguien. No sé. A mí me gusta recorrer la casa buscando,
fijarme en los rincones oscuros, entre
las cosas del desván. Curiosamente, a los fantasmas les gusta esconderse debajo
de las sábanas. Busco fantasmas de niños, como yo. Nunca vi ninguno. Me gusta
pedirles que me cuenten sus historias, tratando de encontrar alguna parecida a
la mía. Pero no, nunca. Siempre son historias trágicas, angustiosas,
deprimentes. Ninguno murió de gripe.
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