06 diciembre, 2014

Maravillas

Ella despertó una tarde en un mundo lleno de maravillas. Y miró todo lo que había, lo observó y lo vio sin reparo. Hasta que de tanto mirar quedó ciega, pues había visto todo lo que debía ver en su vida. En ese entonces comenzó a escuchar, prestando atención hasta el sonido del viento destrozando un diente de león. Escuchó cuanto pudo, hasta que quedó sorda pues había oído todo lo que debía oír en su vida. En ese momento comenzó a degustar los sabores del mundo. Probó los más reacios sabores, que despertaban en su lengua una fiesta. Cuando hubo probado todos los sabores se le durmió la lengua, pues había saboreado todo lo que debía probar en su vida Recién ahí comenzó a oler; sintiendo el perfume de las camelias en flor. Olió todas las flores de ese mundo fabuloso hasta que no pudo oler ninguna más pues había sentido todos los olores que debía sentir en su vida. Al final, comenzó a tocar lo que quedaba. Descubrió un mundo de texturas invisibles, que generaban colores, música, sabores y olores en su mente. Tocó todas las cosas en ese mundo de maravillas oscuras, secretas. Pasó los dedos hasta que la piel se desprendió de sus manos, de sus pies, de sus brazos, de todo su cuerpo. Dejándola en carne viva y cerrada a ese mundo fascinante que había encontrado. Y ahí, en la serenidad del vacío, se despertó. Sintiendo, oliendo, viéndolo todo. Pero el mundo era tan gris y vacío, que prefirió haberse quedado en la nada por siempre.

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