19 junio, 2015

Rotten

       Ella se veía normal. Ah, tan normal como es posible. Reía, bailaba, y le encantaba el otoño. Normal. Pero nunca iba al médico. Era una fiel defensora de la medicina casera y natural. Infusiones, hierbas, empastes, cosas así. Yerbita buena para curar el mal de amores, incayuyo, viravira, estragón y otros yuyos.
        Ella era normal. Pero estaba podrida por dentro. Todos los yuyos y medicinas nunca la ayudaron a dejar de podrirse. Por eso tenía un perfume dulzón y un poco amargo. Es que todo en su interior esta roto, podrido, corrompido. Ella era buena disimulándolo, así que nunca nadie se dio cuenta. Pero podrían haberlo hecho ¿Es que nunca miraron sus ojos? Ella se miraba al espejo y veía dos piletas vacías, llenas de una nada tan abrumadora que le sacaba el aliento. Quizás se quedaba sin aliento porque sus pulmones también estaban podridos. Vaya uno a saber.
       Tampoco nadie le habrá visto la sonrisa. En apariencia alegre, no era más que un tajo partido en la carne putrefacta. Ni su piel pálida, apergaminada y seca. Ni su risa, que sonaba áspera como si su garganta estuviera hecha de lija. Había tanto que mirar y nadie que lo viera.
        Y nada más. Ella vivió su vida, murió su muerte. Y nadie nunca la salvó de la descomposición lenta y paulatina. Nunca encontraron su cadáver, nada más un montón de tierra negra, ideal para plantar flores hermosas, pero estaba plagada de gusanos. 
                 

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