16 mayo, 2015

Roundabout

Érase una vez una madre que le contaba un cuento a su hijo. El niño estaba acostado en su cama con los ojos iluminados, y encajado en el brazo, un león de peluche al que le faltaba un ojo. Y la madre le contó este cuento:
Érase una vez una ovejita, muy blanca, muy lanudita. La ovejita tenía una hermana menor, que era negra y todo el mundo le temía. La hermana mayor la acompañaba a pastar y a tomar agua. Pero como siempre las echaban, terminaban comiendo en el pastizal más alejado y en el recodo más peligroso del río. Un día, mientras la ovejita negra pastaba tranquila, la hermana blanca le contó una historia:
Érase una vez un río, un río muy ancho, muy largo, muy poderoso. El río era madre de muchos ríos más chicos y de riachuelitos, y de charquitos a la vera. Pero había un riachuelo que no quería separarse de su mamá. Y se estancó, se empecinó en quedarse estancado. La madre río, preocupada, ralentizó su pesada marcha para averiguar qué le pasaba a su hijo. Entendiendo la situación, decidió entonces contarle un relato de los viejos ríos paternos:
Érase una vez un hombre muy malo, que estaba rodeado de hombres malos, y se casó con una mujer mala, y tuvieron un hijo malo, que le dio la nieta más buena del mundo. La nieta se negaba a corromperse, a pesar de la insistencia de su padre, y de su abuelo, y de los amigos de sus abuelos. Así pues, la abuela mala le contó un cuento a ver si se espantaba un poco y quedaba malita:
Érase una vez un monstruo. Era un monstruo horrible, que amaba los cuentos de miedo, y también amaba robar chicos para comérselos crudos. Tenía unos dientes filosos y amarillos, entre los que rezumaba una saliva verde y apestosa. Tenía también unas garras como agujas de tejer y cuernos manchados de sangre seca. Podía imitar las voces de quien sea en todo el mundo. Una noche, paseaba por el bosque y vio una casa estilo villa victoriana inglesa de 1850. Las luces estaban apagadas, salvo por una lucecita tenue en una de las ventanas.

El monstruo se asomó y vio a un niño delicioso. Rompió la ventana, mató a la madre sentada en la cama, agarró al niño por el cuello y se lo manducó de un bocado. Sintió algo entre los dientes, escarbó y se sacó los restos de un león de peluche al que le faltaba un ojo.

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