15 agosto, 2014

El cazador

El cazador siguió con cuidado las huellas, los indicios, los olores, las señales. Se escabulló entre unos arbustos y se escondió detrás de un roble robusto y añejo. Asomó media cara y vio su objetivo. Sacó dos flechas del carcaj y acomodó la primera en el arco. La segunda la dejó en su boca, para poder agarrarla rápidamente. Tensó la cuerda y apuntó apoyado en la horqueta del árbol. Inspiró profundamente y soltó la flecha. Rápidamente cargó la segunda y la lanzó sin tantos aspavientos. Ambas dieron en el blanco. Se acercó cauteloso al bulto inmóvil en el suelo. Lo tocó con la punta de la bota y, al ver que no reaccionaba, recuperó las flechas y comenzó a atar . Realizó varios nudos fuertes para asegurar la carga, se la montó en los hombros y emprendió el camino de vuelta. Fue cuidadoso de no golpear nada, ni por accidente. El paquete debía quedar intacto, exceptuando los dos limpios agujeros de las flechas. Caminó toda la noche, acompañado por los sonidos de la naturaleza. Al amanecer llegó al destino con la frente perlada de sudor, pero animado. Alivió sus hombros del peso dejándolo en el pavimento, recogió el dinero y se fue sintiéndose extrañamente miserable.

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