Solté un suspiro con desagrado, el aire exhalado se
convirtió en vaho al salir de mi boca. Me tapé bien con mi bufanda roja y abrí
el paraguas. Así, bajo techo, como tentando a la suerte. Las gotas rebotaron en
la tela impermeable y volvieron a caer al suelo. Miré el cielo, blanco y gris.
El sol no se veía pero estaba presente a través de las lejanas masas de agua.
Los blancos eran más blancos, los negros, más negros, los bordes más nítidos.
Es como si la lluvia develara en cierta forma el mundo, dejando expuestos los
verdaderos colores. Pisé de pronto un charco y desperté de mi ensoñación, vi el
pantalón mojado y otra vez suspiré, otra vez vaho, otra vez me acomodo la
bufanda. Miro el reloj y calculo la cantidad de tiempo que me queda. Aprieto el
paso y me peino el pelo con la mano, acomodando los mechones rebeldes de mi
flequillo. Pienso que los días de lluvia me hacen pensar, pienso que no tengo
tiempo para pensar, y sigo camino al funeral.
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