07 mayo, 2013

El pájaro carpintero


Cuando era pequeña, al menos 6 años, siempre oía que alguien tocaba la puerta. Siempre corría a abrir, pensando que era mi mami después de un largo día de trabajo. Pero no, siempre estaba la entrada vacía, ya que mi mamá tenía llave y no precisaba tocar. Pero ¿Quién le explica so a una niña tan pequeña? Estaba en mi tierna infancia, y por eso estaba perdonada.
Habrán pasado dos años, siempre corriendo a abrir la puerta, siempre vacía. Hasta que un día, uno trágico y nefasto, se me ocurrió preguntarme por qué pasaba eso. Empecé a asumir que era algún gracioso que tocaba la puerta y corría a esconderse. Me quedé horas sentada al pie de la puerta, pero nunca pude atrapar al maldito niño que me molestaba. Quizás porque nunca lo hubo. En una de esas veces, que ya desesperada abría la puerta de un golpe, sentí algo que golpeaba mi pie. Miré hacia abajo y un pájaro se sacudía chillando de dolor. Era un carpintero, uno de esos que golpea la madera para encontrar las larvas de gusano. Hermosas y longevas aves los carpinteros ¿Verdad? Pero a esa edad, la tierna de 8 años, yo ya estaba loca, loca de obsesión y paranoia. Oía el incesante golpeteo de la puerta todas las noches y no podía dormir. No podía decirle nada a mi dulce madre porque ya estaba demasiado agotada por el día en sí.  Y ahí tenía el pájaro, con el ala rota y la sangre manchando sus plumas amarronadas. Lo tomé con cuidado de no acercar demasiado mi mano a su pico. Miré directamente a sus ojos negros, como dos orbes de alquitrán, me parecieron los ojos de un demonio. Acaricié las suaves plumas de la cabeza y se la eché hacia la derecha con cuidado. Vi el cuello emplumado del ave y le di un tarascón. La sangre me mancó los labios y sentí su dulce sabor en mi lengua. Era delicioso, como un sorbo de agua para un náufrago que ha llegado medio muerto a la costa. Mastiqué la carne empalagosa y me saqué de la boca un hueso que no quería tragar. El pájaro seguía vivo cuando le di el segundo mordisco, más cerca del pecho. Soltó un chillido y dejó de respirar. No me lo comí entero, solo esos dos mordiscos, para que muriera. Eché el cuerpo a la nieve, machando la nítida albura con un rastro rojo. Mastiqué bien el último trozo de carne y me sequé la sangre con el puño de la camisa. Estaba tan sucia y roñosa que una mancha más no destacaría en absoluto. Antes de cerrar la puerta miré el despreciable cuerpo del carpintero y sonreí. Después de eso me fui silbando bajito a terminar mis deberes.

1 comentario:

  1. OMFG <3 Asesinato de un carpintero representado de lo más bello :'D Te admiro .w.

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