22 mayo, 2013

Me gustan las cosas depresivas


Me gustan las cosas depresivas .Soy feliz con ellas. Es como una extraña relación que formé con ellas hace tiempo. Eran tiempos obscuros, relativamente. Estaba siempre triste, aunque nunca nadie se dio cuenta. Quizás porque yo disfrazaba bien mis lágrimas con una sonrisa o quizás porque nunca nadie se fijó en mis ojos demasiado. Porque yo la veía. Veía la tristeza y el vacío en el fondo de mis ojos. Eran ojos opacos con ojeras que iban y venían a su antojo. Escuchaba música que combinaba con mi estado anímico, triste y depresivo. Ahogaba mis penas en los trazos de mi lapicera, de mi tragedia. Escribía poesías deprimentes pero hermosas y, a su modo, ellas me acompañaban en mis noches de soledad y pensamientos existenciales. Así nació nuestra relación, las cosas depresivas eran mis cómplices, mis compañeras. Escondía mis lágrimas en mi almohada, que me recibía amorosamente las noches en que sentía que ya no podía más. Nunca supe bien qué era lo que causaba mi desazón. Creo que la razón quedó perdida entre poemas y lágrimas, dejándome sola con mis penas. Encontré a alguien, alguien que me amaba, alguien en quien podía refugiarme de los desconsuelos que me perseguían. Pero ya estaba muy herida, tenía una herida que mi silencio solo ahondaba. Herida y escondida detrás de una máscara de mentiras. Le sonreí a ese alguien y lo acepté con los brazos abiertos, esperando que pudiera llenar ese vacío en mi corazón y en mis ojos. Pasó un mes, dos, cuatro, y yo seguía igual. Mis escapes eran la poesía trágica y los besos de mi alguien. Me sentía morir por las noches cuando, además de mi propia melancolía, sentía la ausencia de mi alguien. El invierno no hacía más que empeorar las cosas. Los días grises y el frío solamente me daban ganas de quedarme en mi cama, donde me sentía a gusto. Desaprobé una materia, después fueron dos. Nunca en mi vida había desaprobado ningún trimestre. Las cosas no me salían. Ni matemática ni física ni geografía. Me dormía en literatura y en historia. Pasé por alto más de una clase de biología, mi materia favorita. Y escribía, escribía mis poemas en un cuaderno que guardaba con celo para que nadie lo leyera. Me corté un par de veces, pero solo cuando el dolor de adentro era mayor que el de afuera. Así me hice inmune al dolor. Me cerré un poco, pero no demasiado. El dolor no pudo quebrantar mi espíritu, y menos, mi personalidad. Siempre fui desenvuelta de naturaleza, cómica y alocada. Nunca dejé que me vieran mal, quizás porque nunca quise que mis amigos se pusieran mal por mí.
La llegada de la primavera, el sol y el calor me reconfortó. Poco a poco dejé de llorar y mis poemas tristes se matizaban con otros un poco más complacientes. Y así me fui alejando de las tragedias y las canciones tristes. Pero nunca corté la relación con las cosas depresivas. Siguen siendo mis compañeras, me acompañan dentro de la alegría. Dentro de esta monotonía satisfactoria en la que vivo. 

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