Me gustan las cosas depresivas .Soy feliz con ellas. Es como
una extraña relación que formé con ellas hace tiempo. Eran tiempos obscuros,
relativamente. Estaba siempre triste, aunque nunca nadie se dio cuenta. Quizás
porque yo disfrazaba bien mis lágrimas con una sonrisa o quizás porque nunca
nadie se fijó en mis ojos demasiado. Porque yo la veía. Veía la tristeza y el
vacío en el fondo de mis ojos. Eran ojos opacos con ojeras que iban y venían a
su antojo. Escuchaba música que combinaba con mi estado anímico, triste y
depresivo. Ahogaba mis penas en los trazos de mi lapicera, de mi tragedia.
Escribía poesías deprimentes pero hermosas y, a su modo, ellas me acompañaban
en mis noches de soledad y pensamientos existenciales. Así nació nuestra
relación, las cosas depresivas eran mis cómplices, mis compañeras. Escondía mis
lágrimas en mi almohada, que me recibía amorosamente las noches en que sentía
que ya no podía más. Nunca supe bien qué era lo que causaba mi desazón. Creo
que la razón quedó perdida entre poemas y lágrimas, dejándome sola con mis
penas. Encontré a alguien, alguien que me amaba, alguien en quien podía
refugiarme de los desconsuelos que me perseguían. Pero ya estaba muy herida,
tenía una herida que mi silencio solo ahondaba. Herida y escondida detrás de
una máscara de mentiras. Le sonreí a ese alguien y lo acepté con los brazos
abiertos, esperando que pudiera llenar ese vacío en mi corazón y en mis ojos.
Pasó un mes, dos, cuatro, y yo seguía igual. Mis escapes eran la poesía trágica
y los besos de mi alguien. Me sentía morir por las noches cuando, además de mi
propia melancolía, sentía la ausencia de mi alguien. El invierno no hacía más
que empeorar las cosas. Los días grises y el frío solamente me daban ganas de
quedarme en mi cama, donde me sentía a gusto. Desaprobé una materia, después
fueron dos. Nunca en mi vida había desaprobado ningún trimestre. Las cosas no
me salían. Ni matemática ni física ni geografía. Me dormía en literatura y en
historia. Pasé por alto más de una clase de biología, mi materia favorita. Y
escribía, escribía mis poemas en un cuaderno que guardaba con celo para que
nadie lo leyera. Me corté un par de veces, pero solo cuando el dolor de adentro
era mayor que el de afuera. Así me hice inmune al dolor. Me cerré un poco, pero
no demasiado. El dolor no pudo quebrantar mi espíritu, y menos, mi
personalidad. Siempre fui desenvuelta de naturaleza, cómica y alocada. Nunca
dejé que me vieran mal, quizás porque nunca quise que mis amigos se pusieran
mal por mí.
La llegada de la primavera, el sol y el calor me reconfortó.
Poco a poco dejé de llorar y mis poemas tristes se matizaban con otros un poco
más complacientes. Y así me fui alejando de las tragedias y las canciones
tristes. Pero nunca corté la relación con las cosas depresivas. Siguen siendo
mis compañeras, me acompañan dentro de la alegría. Dentro de esta monotonía
satisfactoria en la que vivo.
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