Una mujer prende una vela, porque no hay luz, porque quiere rezar, porque tiene un invitado especial. Y la llama baila sobre la punta candente del pabilo. Se menea, se retuerce, se estremece; y de pronto una pequeña parte de ella salta hasta la servilleta de papel debajo del porta-velas. De allí camina despacio hasta el servilletero y se esconde entre las servilletas plegadas. Se asoma tímidamente para ver si hay alguien y se desliza serpenteante hasta el borde de la mesa. De allí salta, vuela y cae en la alfombra. Se arrastra como una serpiente y se oculta debajo del sofá. Corre apresurada hasta la pared y se sube a la cortina; trepa y trepa hasta el borde de la ventana cerrada. Trata de salir, pero el vidrio se lo impide. Del otro lado, oscuridad, noche. Mira a su alrededor y ve una luz en la cocina. Y en la cocina una ventana abierta. Baja de la ventana, recorre la sala, sube a una silla y vuelve a bajar. Llega a la cocina toda apresurada. Recorre los cerámicos nacarados y sube por la paja de la escoba. Sigue subiendo por el palo, llega a la mesada y repta hasta debajo de una tacita de te. Pero tiene poco aire ahí abajo, empieza a ahogarse, a hacerse mas y mas diminuta. Sale presurosa de ahí abajo y corre despavorida hacia la ventana. Pero hay un problema, la gran pileta llena de agua y platos; rodeada de pequeñas gotas de agua que son como un campo minado para la flama. Empieza a caminar, paso a paso, un movimiento en falso y sería flama muerta.Roza de pronto una diminuta gotita y el agua se evapora. La flama zigzaguea esquivando las gotas a toda velocidad y llega a la cortina y de ahí a la madera y antes de saltar al pasto y ser libre mira hacia atrás y ve las cientos de miles de flamas que se distribuyen por la casa. Salta hasta el suelo y sigue corriendo, lejos, muy lejos. Su único objetivo es alcanzar al sol. Pero de pronto un terremoto la sacude y un camión rojo se detiene a unos metros de ella. La flama retrocede apurada, escondiéndose entre el pasto y las demás llamas. Grandes chorros de agua salen escupidos de largas mangueras, y van extinguiendo las hermanas de la llama. Una a una desaparecen. Al final solo queda ella, sola, agazapada tras un yuyo. Tiembla, ve un pie gigante y antes de morir pensó en que nunca había visto el sol.
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