04 septiembre, 2012

Emociones

 Las emociones son imprevisibles, incontrolables. No se las llama ni se las libera, van y vienen a su antojo, son libres. Pueden llegar como un torbellino y envolvernos, llenarnos, hacernos zozobrar. La ira, la tristeza, el amor, el odio, la felicidad, todas son lo mismo, pero a la vez son diferentes. Duelen, sanan, hieren, reparan, hacen muchas cosas, buenas, malas o que nos son indiferentes.
 Hace unos minutos yo era un espiral de enojo y tristeza. Millones de pensamientos llegaron a mi mente, y se fueron antes de que pudiera acostumbrarme ni un poco a ellos. Matar, morir, nacer, golpear, sanar, suicido, homicidio, genocidio, sogas, cuchillos, vendas, sangre, abrazos, lana, tantas cosas. Pero la ira es efímera, lo único que pido cuando estoy en esos momentos es que me dejen llorar sola. Abrazada a mi almohada, que todo lo ve, todo lo oye, todo lo sabe sobre mi. Llorar es desahogar mis penas, sentir como el miedo y la frustración se vuelven líquidos y salen por mis ojos, goteando por mis mejillas, mojando mi amada almohada. Llorar es expresarme, es sentirme yo, es encontrarme conmigo misma. Y cuando ya no me queden emociones que llorar, cuando mis lagrimales queden vacíos, cuando quede seca por dentro, en ese momento sonreiré y el vacío que dejaron esos sentimientos se llenará otra vez con mis emociones cotidianas, con esas que me hacen sentir bien.
 Cuando veas a alguien llorar no trates de detenerlo, deja que se le acaben las emociones malas y cuando termine podrás encontrar una solución a su aflicción.

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