Entró como un vendaval. Sacudió las cortinas, rompió los platos, tumbó los muebles, mató al gato y al final, se acercó a mí. Me miró con sus ojos vacíos, llenos de nada y sentí frio. Un frio feroz que me congeló las extremidades. Sentí mi felicidad irse, abandonarme. Entonces estuve seguro de que estaba acabado. Y antes de desvanecerse en la oscuridad me dijo "Si te escapas, el Cuco va a encontrarte". Su voz era extrañamente dulce, como la de una madre angustiada. Porque el Cuco era una mujer.
Vivía las horas como días, las semanas como años y los meses como siglos. Paso un año lleno de desgracias, todo causado por el Cuco. Pero el tiempo cura todos los males y yo aprendí a vivir sin esa alegría de quienes tienen su niño interior. Pero sentía algo como satisfacción. Una secreta satisfacción a la vida.
Pero entonces el Cuco volvió. Con su suspiro gélido y su voz de ángel me volvió a decir "Si te escapas, el Cuco va a encontrarte". Entonces lo entendí, mi niño interior estaba volviendo, escapando de la jaula del Cuco. Ella me miró con sus ojos de rosas negras, llenos de rocío. Entonces no sentí nada. Era como si, de pronto ya no existiera nada más que yo. No tenía pulso ni lo necesitaba. El Cuco me había matado y yo ya no existía.

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